Yo te perdí. Tú me perdiste.
Nosotros nos perdimos. Y ya no hay vuelta atrás. Ya no tendremos más batallas
más campales, ya no existirá esa chispa entre nuestras peleas, cuando ambos
sabíamos que solo seguíamos discutiendo por el placer de retarnos. Ya no habrá
más manos tuyas en mi pelo, no volveré a levantarte el ánimo y la cara cuando todo
vaya mal. Ya no me contarás esas historias que no le interesaban a nadie más
que a mí, no tendrás esa necesidad de llamarme cada veinte minutos únicamente
porque te aburrías. Nunca, nunca, nunca más (y te prometo que me mata) volveré
a provocar una de esas sonrisas de los viernes a última hora, no seré la
primera a la que le cuentas las cosas. Me sustituirás, aunque tal vez ya lo
hayas hecho. No veré más tu letra escrita por mi piel ni por mis hojas, ya no
sonreiré al sentir tu olor. No volveré a acariciarte el pelo durante horas como
solía, no archivaré más recuerdos en este corazón destemplado. Supongo que con
el tiempo olvidaré la posición estratégica de tus lunares, perderé la costumbre
de caminar según la cadencia de tus pasos. Dejaré de recordar todas y cada una
de tus frases, tus diferentes tonos de voz, tus puñeteros gestos y todas tus
manías y la posición de tus manos. Y lo más importante: no volverás a fallarme,
porque yo ya no estaré allí para verlo. No me harás sentir bajo tierra esos
días que se te antoje ignorarme, ya no volveré a notar que, en realidad, lo que
me preocupe a mí te trae sin cuidado. No caeré de nuevo en tu juego, no me
utilizarás otra vez. No volverás a mentirme, no volverás a subestimarme, no
harás que me sienta menos que ellas. No volveré a despeñarme en la montaña rusa
de mi humor de perros solo porque tú me hables de ella. No volverá a romperme
el corazón ver la sonrisa en tus ojos si la nombras. Y es que, como dice el
poeta, estos ojos no lloran más por ti.
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